viernes, 31 de octubre de 2014

LA PROFESIÓN MILITAR


El término militar hace referencia a los individuos (miembros), instituciones, instalaciones, equipamientos, vehículos y todo aquello que forme parte de forma directa e inseparable de las Fuerzas Armadas o Ejército; creado y organizado con la misión fundamental, pero no exclusiva, de defender la integridad territorial y la soberanía del país al que pertenezca por medio del uso de la fuerza y las armas en caso de ser necesario.[1]
La palabra militar es un verbo y un sustantivo a la vez, es una condición profesional y una vocación. El  verbo militar es comprometerse, de militancia, en el que esa militancia es un compromiso con los destinos, el desarrollo y el bienestar del país, de las mayorías.[2]
La fuerza militar es profesional, porque sus miembros siguen una carrera, con promociones y grados que se alcanzan conforme a las leyes y reglamentos internos que las rigen. Es profesional porque consiste en una especialización en la administración y el uso organizado, racional, legal y legítimo de la fuerza del Estado. Lo es, en fin, porque exige de quien se consagra a ella un compromiso vital total, como ocurre en pocas profesiones.[3]
La fuerza militar es disciplinada y jerarquizada. Todos los elementos de la fuerza militar se complementan entre si y son uno solo, si cualquiera de ellos es debilitado por razones exógenas o endógenas, todos los demás se resienten. Quien no quiera entender esta forma de ser de la profesión militar, está dejando de entender un elemento constitutivo fundamental del Estado.
La aparición de un ejército profesional posiblemente se da en el siglo XVIII, en su forma más primaria de organización, antes de ello, en el siglo XVI era común encontrar oficiales mercenarios. En el siglo XIX aparece una profesión militar integral en la cual se desarrolla un sentido de identidad colectiva y de organización interna que da paso a tres elementos esenciales: especialización técnica, responsabilidad y sentido corporativo[4] A fines del siglo XIX, la organización militar norteamericana, lo mismo que la de otros países industrializados, se convirtió en una estructura integrada, con una complicada formación jerárquica, a medida que el concepto organizativo del Estado Mayor General se convirtió en necesidad administrativa.[5]
La profesión militar en los primeros años de la República y hasta muy avanzado el siglo XX era mirada por la sociedad civil como una profesión de jerarquía inferior a la de un médico, un ingeniero, un sacerdote o un profesor. Las familias buscaban que sus hijos ingresen a la milicia por ser una carrera corta, de poco esfuerzo intelectual, con mucha disciplina, y en ocasiones, miraban como una oportunidad de ascenso en la sociedad, especialmente las clases sociales menos privilegiadas. En la tropa, la profesión militar era vista como la salvación a sus necesidades económicas, y su educación dejaba mucho que desear.
La profesión militar ha sufrido cambios sustantivos como producto de la tecnología y de la forma en que se han desarrollado  las grandes confrontaciones mundiales. Del mando autoritario a la persuasión y al consenso colectivo que deje poco espacio para la conducción informal de las operaciones militares; de los ascensos emotivos o políticos al cumplimiento de rígidos procedimientos de selección dentro de una carrera autónoma y completa; de los actos heroicos producto muchas veces de la propia psicología de la guerra, a soldados altamente especializados y con profundas motivaciones.
La profesión militar ya no es solamente el ejemplo del superior al subordinado, es el conocimiento puesto al servicio de las armas con la participación eficiente y permanente de especialistas técnicos en la organización militar, encargados del mantenimiento de las armas, expertos en sanidad, técnicos en la conducción logística en apoyo de las operaciones militares, ingenieros en las diferentes especializaciones de esta carrera, relacionadores públicos que manejen la imagen de la institución en tiempos de paz y de guerra.
La profesión militar ya no se hace en las batallas intestinas de la nación, como sucedió en nuestro país durante el siglo XIX y en una parte del siglo XX, se lo hace al interior de las Escuelas de Perfeccionamiento y Especialización de las Fuerzas Armadas. Los ascensos ya no son por el resultado de las acciones heroicas de una batalla, ni existen los favores políticos nacidos en el Congreso o en la Presidencia de la República, hoy son el resultado de largos y complejos estudios del arte de la guerra y de la realidad nacional e internacional que dan como resultado una calificación profesional que le permite acceder a los grados superiores y cumplir con sus funciones en los diferentes estamentos administrativos y operativos de la institución. El resultado, la presencia de Fuerzas Armadas profesionales e institucionales. La participación política de las Fuerzas Armadas ya no se da por la presencia de caudillos militares ante la ausencia de políticos que orienten, administren  y guíen a sus países. Su presencia Institucional se ha dado para evitar enfrentamientos entre bandos de la sociedad civil a favor o en contra del mandatario de turno, o cuando las decisiones políticas pueden afectar severamente a la sociedad en su conjunto.
En la profesión militar, el honor es un medio y un fin. El código de conducta del militar especifica cómo tiene que conducirse. Un aspecto fundamental del honor militar constituye el sentido de fraternidad y un intenso sentimiento de lealtad al grupo. El saludo militar es una forma de solidaridad. Todos los rangos jerárquicos reconocen la presencia de los que poseen los grados superiores. “Los soldados profesionales son individuos sentimentales, a pesar de las duras realidades de su vocación. En sus mochilas y en sus recuerdos llevan fragmentos de filosofía, trozos de poesía, citas religiosas, todo lo cual en momentos de tensión y de peligro tiene para ellos un profundo significado.”[6] El honor militar permite que el soldado profesional esté por encima de la política en los asuntos internos; en otras palabras, no se adhieren a los partidos políticos ni manifiestan una actitud partidaria. Lo anterior no significa que la clase militar sea apolítica.
La profesión militar, desarrolla una doctrina militar, la misma que debería reflejarse en la sociedad. Por lo general mantiene una continuidad histórica  y sufre cambios derivados de sus experiencias de combate y de la autocrítica de sus miembros.
El desarrollo de la carrera es una permanente vocación de servicio a la sociedad y de aprendizaje y especialización en su profesión. Entre un grado y otro existe como requisito la aprobación de un curso que le certifique como apto para el siguiente cargo.

El ámbito de la profesión militar

La vida cotidiana del militar va mucho más allá de sus obligaciones oficiales. La misión de defender la soberanía nacional exige al profesional militar abandonar su rutina y sus compromisos familiares o personales, en cualquier momento y sin previo aviso. En los grados inferiores, su presencia en lugares de vigilancia fronteriza  le aleja de su familia y le mantiene aislado socialmente. En los grados intermedios y superiores, sus amistades giran alrededor de las autoridades locales y de las personas o empresas vinculadas a su unidad por razones de carácter logístico y administrativo. Le duran en la mayoría de las veces, el tiempo que permanece en esa unidad. Su trabajo está muy cercano a su residencia familiar, en donde los dos acaban por combinarse totalmente. Este estilo de vida crea un vigoroso espíritu de cuerpo. En el grado de coronel pueden desempeñar funciones diplomáticas, siempre que su libro de vida demuestre la excelencia en su carrera. Su destinación a más de ser motivante para su estatus social, mejora sustancialmente su posición económica. En el grado de general conforma lo que muchos califican como la élite militar, debido a sus funciones de mando y responsabilidad institucional y nacional.
En lo económico, es una profesión cuyo nivel de vida es sumamente austero. La sociedad civil, en términos de bienestar material, progresa más rápidamente que la del militar. El ingreso mensual  por lo general es  más bajo que el resto de las profesiones burocráticas del Estado, y no puede tener ingresos extraordinarios, puesto que su profesión, a más de ser a tiempo completo, no tiene las características de especialidad que pueda ser requerida en las ocupaciones civiles. Al finalizar el siglo XX, en nuestro país, se inicio un proceso de homologación salarial con el resto del sector público, lo cual mejoró sustancialmente el ingreso familiar. Si bien la atención médica después del retiro sigue siendo gratuita, la atención en los hospitales se ha vuelto vulnerable debido a la situación pública que han adquirido dichos establecimientos. La educación militar actual ha permitido considerar al retiro como un paso más dentro del desarrollo de la carrera, pues la mayor parte de sus miembros ha adquirido una carrera de carácter civil; sin embargo, las aspiraciones dentro de una segunda carrera todavía son muy modestas y de hecho limitadas, incluso en los oficiales del arma de ingenieros. Tradicionalmente, la ocupación en tareas civiles era incompatible  con la imagen que el militar tenía de sí mismo. Por lo general, los militares eran muy afectos a las tareas de carácter agrícola una vez que se concretaba su retiro.
La familia del militar constituye un soporte fundamental para la profesión militar, porque su visión con respecto a la función que cumplen no es de un simple trabajo, es para la familia una misión especial. Las esposas en la mayoría de los casos se constituyen en el soporte principal, especialmente, cuando se vive en los campamentos militares. Son apoyo también en el mantenimiento de la tradición militar y son muy críticas respecto del ceremonial militar. La responsabilidad en la educación de los hijos recae fundamentalmente en la esposa del militar. El casino de oficiales es el lugar en donde se desarrolla una vida social organizada y permanente, en la cual las esposas tiene un papel preponderante.

Las virtudes y valores de la profesión militar:

Al hablar de virtud me refiero al deber como una obligación moral que ordena nuestros actos, debiendo distinguir entre virtudes morales e intelectuales, las primeras que perfeccionan la razón y las segundas que perfeccionan la inteligencia.
Entre las virtudes morales que tienen especial significado en la profesión militar están: la Prudencia (obrar con rectitud), Justicia (dar a cada uno su derecho), Fortaleza (mantenerse firme en el peligro) y Templanza (moderación en lo que nos gusta).
Los valores morales constituyen el cimiento de la profesión y permiten sustentar el sentido de pertenencia a la institución militar. Esta “ideología orgánica”[7] se estructura sobre la base de valores que, en esencia, han permanecido sin cambios  desde la Edad Media: honor, dignidad, lealtad, honestidad, ética militar, abnegación, mística del deber. Al analizar el libro de vida de un militar, las cualidades morales fundamentales tienen que ver con estos valores. Son absolutos: si o no. En lo que corresponde a los atributos técnico profesionales, son evaluados en términos de liderazgo, iniciativa, organización, trabajo en equipo, perseverancia. Finalmente, sus relaciones con la sociedad son analizadas en términos de disciplina, porte militar, conducta ciudadana, espíritu de cuerpo, tacto, sobriedad.
El profesional militar con estas virtudes y valores es parte de un cuerpo fuertemente estructurado y disciplinado, de un todo con historia y tradiciones, al que se pertenece con orgullo y por propia voluntad. En la profesión militar, quien ejerce el mando, no es alguien, sino es un espejo en el cual el subordinado ve la potencial recompensa a futuro de su lealtad y sacrificio presentes.
La imagen profesional, basada en el espíritu de cuerpo depende sustancialmente de la disciplina y la jerarquía. La disciplina es el alma de la organización, lo que sustenta la jerarquía y, con ella, la subordinación. Cuando se resquebraja la disciplina se pone en riesgo la existencia de la profesión. La disciplina existe como norma y se impone en ejecución a través del cumplimiento del deber, que a su vez está sujeto a la subordinación y la obediencia del inferior y al ejercicio del mando para el superior. Los derechos humanos de extrema importancia en las instituciones que manejan la fuerza en defensa del Estado, en conflictos de carácter externo o interno, aplicados indiscriminadamente a las actividades administrativas de las Fuerzas Armadas, han devaluado la disciplina. Todo lo que deprime la moral amenaza a la disciplina.
La profesión es conservadora en sus tradiciones, y la nostalgia por el pasado se expresa en el ceremonial militar, en sus diferentes y variadas formas de presentación, dependiendo del arma o servicio que lo represente. Pasa por muchas formas; cortes de pelo, insignias especiales, tipo de boinas, el color del uniforme, los desfiles militares, la despedida, el ingreso, el portón de Marte. Lo ceremonial contribuye a elevar el sentido de pertenencia institucional.
La profesión militar se parece mucho al sacerdocio. Uno dedica su vida a un objetivo. Se viste el atuendo propio de una profesión organizada. Rigen la vida del individuo las normas establecidas por la organización. Además, el individuo renuncia a la búsqueda de la riqueza. En considerable medida puede decirse que uno renuncia a la ciudadanía; pues renuncia a la política y trabaja por el bien supremo de la organización. En último análisis, los objetivos y los fines del mundo de las Fuerzas Armadas son tan morales como las de cualquier sacerdote, puesto que uno no busca su propio beneficio, sino el supremo del país. Uno adiestra a los subordinados para que sean ciudadanos buenos y útiles, y a semejanza del pastor, lo que uno dice tiene que adaptarse a las normas de la organización.[8]

La profesión militar y su apoyo al desarrollo nacional

El artículo 162 de la Constitución de la República  limita la participación de las Fuerzas Armadas a actividades económicas relacionadas con la Defensa Nacional, y  a un aporte de  su contingente  al desarrollo nacional, de acuerdo con la ley. El apoyo al desarrollo del país nace con el Ejército cuando cumple con las actividades dirigidas a reforzar las acciones gubernamentales, tendientes a elevar el nivel de vida de los sectores más desprotegidos de la sociedad, dando prioridad a las zonas fronterizas. Se incrementa su participación de manera significativa a inicios del siglo XX, cuando la Misión Militar chilena crea la ingeniería como la cuarta arma del Ejército en 1902.
En 1920, el Congreso Nacional crea secciones de ingenieros en el orgánico del Ejército y dispone la contratación de una misión militar europea, lo cual se materializa con la llegada al país de la Misión Militar italiana.[9] Esta misión pone especial énfasis en la tecnificación del Ejército en todos sus aspectos, destacándose dentro de ellos, la creación de la Escuela de Oficiales Ingenieros[10] con la cual nace el apoyo del Ejército a la educación del país. Esta escuela se transformará en la Escuela Técnica de Ingenieros[11], en Escuela Politécnica del Ejército[12] y en la Universidad de las Fuerzas Armadas[13]. La presencia de estos institutos de educación superior en sus diferentes épocas, permitió y permitirá la participación del Ejército, con los profesionales graduados en sus aulas y a  través de sus unidades de ingenieros, en los grandes proyectos de vialidad, de petróleos, de infraestructura sanitaria, de ferrocarriles, de obras civiles a lo largo y ancho del país. La participación del Ejército en la construcción del ferrocarril Sibambe- Cuenca, a través de su unidad insignia, el batallón de ingenieros “Montúfar” en el año de 1930, es un claro ejemplo de técnica y trabajo en beneficio del país. Qué decir de la participación del Cuerpo de Ingenieros en el desarrollo de la vialidad nacional, desde su fundación el 4 de octubre de 1968.  A partir de 1972, las aulas universitarias se abren a la sociedad civil para su formación universitaria.[14] “Si el Ejército es propulsor del progreso, desde que garantiza su florecimiento por medio de la paz, bien está  que cuando ésta reina se ocupe en trabajos prácticos que deje recuerdo indeleble”.[15]
El 11 de abril de 1928, con la creación del Servicio Geográfico Militar, se consigna en la vida del Ejército, un segundo y fundamental aporte para el progreso del país. Basta esta sola fundación y puesta en marcha, para justificar la presencia de la Misión Militar italiana en el Ecuador.[16] Nace en el país la cartografía, y con ella, el levantamiento de la Carta Nacional. El 15 de agosto de 1947, al cabo de 19 años y cuatro meses de una incansable y fructífera labor del Servicio Geográfico, y ante la necesidad de modernizar la estructura administrativa de este importante centro cartográfico, el Dr. José María Velasco Ibarra lo transforma en Instituto Geográfico Militar. En diciembre de 1973 se crea el Centro Panamericano de Estudios e Investigaciones Geográficas mediante un Convenio con el Instituto Panamericano de Geografía e Historia creado en 1928 por mandato de la Sexta Conferencia Internacional Americana. El Ejército se preocupa de levantar el inventario de los recursos naturales del país, mediante la utilización de la Cartografía y de los sensores remotos instalados en los satélites. Crea el Centro de Levantamientos Integrados Naturales por Sensores Remotos (CLIRSEN).[17]
El triunfo de la revolución cubana al mando de Fidel Castro en 1959, se constituye en el hecho más trascendente en el ámbito americano, por la influencia que ejercía el movimiento  en muchos países de Centro y Sur América, entre ellos, El Salvador, Guatemala, Nicaragua, Colombia, Venezuela, Bolivia, Argentina. Estados Unidos resultaba el país más damnificado con la presencia de la Unión Soviética apoyando a Cuba. La política militar de los Estados Unidos tuvo que dar un giro de 180 grados respecto de las relaciones civiles-militares en los países de América, a fin de contrarrestar el nacimiento de grupos guerrilleros y su consiguiente apoyo por parte de la población. Buscaron  satisfacer las necesidades de las clases marginales a través de obras de infraestructura y de apoyo a la comunidad, con la participación de las Fuerzas Armadas. Para ello, los Estados Unidos implementan el programa de ayuda internacional denominado “Ayuda MAP”, el mismo que llega al Ecuador desde mediados del año 1959, mediante  cursos de formación y especialización técnica para  personal de oficiales y voluntarios, efectuados en el Fuerte Gulick, con asiento en la Zona del Canal de Panamá; con la donación de equipo de ingeniería reconstruido de los sobrantes de la Segunda Guerra Mundial, en unos casos, y nuevos en otros, y mediante la presencia de personal para asesorar en la organización y funcionamiento de unidades de ingenieros. Desde luego, el programa también capacitaba al personal en todas aquellas materias destinadas a la instrucción de la  ingeniería de combate: lanzamiento de campos minados, lanzamiento de puentes Bailey, construcción de puentes de circunstancia, puentes flotantes, explosivos y demoliciones, purificación de agua, táctica de ingenieros, fortificación de campaña, etc.
Con la participación activa del coronel ingeniero Jorge García Negrete, el mando militar presentó a consideración del Presidente de la República, el proyecto de decreto mediante el cual se crea el Cuerpo de Ingenieros del Ejército. Sus considerandos destacan la necesidad de promover el desarrollo socio económico del país, especialmente, mediante la realización de obras de infraestructura que permitan la ocupación, defensa y valorización de las zonas fronterizas, a fin de satisfacer lo dispuesto en el último inciso del artículo 248 de la Constitución. El proyecto fue aprobado y promulgado por el doctor José María Velasco Ibarra, con el número 134 del 4 de octubre de 1968.
A fin de que la ingeniería militar en su conjunto interactúe en beneficio de la misión asignada, el  Ministerio de Defensa, a través de un acuerdo ministerial dispone que el Instituto Geográfico Militar sea el organismo de coordinación y asesoramiento del Cuerpo de Ingenieros en todo aquello que se relacione a la Cartografía y asuntos afines; que la Escuela Técnica de Ingenieros, con todo su personal docente, sea el organismo de asesoramiento en la planificación de proyectos y estudios especiales, y faculta al jefe del Cuerpo de Ingenieros para que coordine con los organismos del Estado.
La creación del Cuerpo de Ingenieros en la forma descrita y con organismos de asesoramiento de tan elevada categoría, ponía en manos del Ejército, y por ende del país, una poderosa herramienta para el desarrollo y la seguridad nacional. En el campo del desarrollo, reforzando las actividades gubernamentales orientadas a elevar el nivel de vida de los sectores o comunidades más desprotegidas, con prioridad a las zonas fronterizas, y en el campo de la seguridad nacional, facilitando y apoyando el ingreso y salida de las tropas de las zonas de combate. Con la creación del Cuerpo de Ingenieros se había cumplido con las expectativas de quienes participaron en la creación del arma en 1902, de la Escuela de Oficiales Ingenieros en 1922 y  del Servicio Geográfico Militar en 1928.
En el año de 1973, varios factores económicos alteran las políticas estatales que obligan a reducir los instrumentos monetarios de corto plazo. El crecimiento del circulante y la baja oferta productiva hace que el Estado dirija sus recursos al sector privado para el financiamiento de actividades productivas, especialmente en el campo de la industria y agro industria.
Dentro de la política del gasto público implementada por el Gobierno, existió una creciente participación del sector público en inversiones productivas para proyectos que siendo necesarios para el desarrollo del país, no encontraron interés en realizarlos por parte de la iniciativa privada, por asuntos de baja rentabilidad en unos casos o de elevado riesgo en otros.
La Dirección de Industrias del Ejército (DINE) emerge en este momento histórico de la economía nacional, con claros objetivos trazados desde el Gobierno nacional empeñado en responder a  trascendentales imperativos que exigían de actitudes idóneas y oportunas en beneficio del país.
El Decreto Supremo  No 1207 del 19 de octubre de 1973 crea la Dirección de Industrias del Ejército con la finalidad de aunar esfuerzos del sector público, conjuntamente con el sector privado, para enfrentar con trabajo y capitales, el surgimiento de empresas dirigidas a asumir actividades productivas en un momento de incipiente espectro industrial. Su objetivo principal fue el de promover, ejecutar y fomentar industrias básicas, necesarias para el autoabastecimiento de las Fuerzas Armadas, así como el de implementar oportunamente nuevos proyectos estratégicos que generen sustitución de importaciones, que propicie la creación de fuentes de trabajo y priorice la utilización de los recursos nacionales, instalando empresas propias e interviniendo en aquellas de participación accionaria con el sector privado. Si bien la sustitución de importaciones fue su norte inicial, progresivamente, su participación se fue encaminando hacia el proceso de integración subregional que había anunciado su presencia como una alternativa de imperiosa aplicación para superar los pequeños mercados nacionales, frente a los países desarrollados que amenazaban con absorber su precaria infraestructura industrial.
A partir del año 2000, la estatal DINE se transforma en una sociedad anónima de derecho privado bajo la figura de un holding[18] industrial con 16 empresas con participación mayoritaria de capital y 16 empresas en las cuales sus acciones eran minoritarias. Este holding empresarial fue disuelto por el gobierno de la Revolución Ciudadana, a finales del 2013. Durante su vida jurídica tuvo que enfrentar el acoso permanente de sus gratuitos detractores, ubicados unas veces en el ámbito político, otros en el ámbito diplomático y hasta en el mismo ámbito militar. Su administración técnica y financiera fue permanentemente supervisada por las entidades de control. Sus autoridades fueron distinguidos oficiales en activo y pasivo que pusieron su conocimiento al servicio de la institución y del país, para hacer del Holding una empresa exitosa y competitiva, con réditos económicos que permitieron ampliar y tecnificar sus empresas, a más de apoyar al presupuesto del Ejército para mejorar la calidad de vida de sus miembros.
No puede pasar desapercibida la actuación de otras empresas militares, como TAME en su misión integradora de la geografía nacional, operando en rutas en las que la empresa privada jamás quiso intervenir, o el caso de FLOPEC y TRANSNAVE, en la constitución y fortalecimiento de una infraestructura marítima nacional, anteriormente inexistente en el país y que estuvo en manos de las grandes compañías navieras internacionales dominantes del mercado. Lamentablemente, las Fuerzas a las cuales pertenecían estas empresas jamás quisieron integrarse a la política empresarial del Ejército. Fueron convertidas en empresas públicas por el gobierno nacional.
La creación de un banco (General Rumiñahui) y del Sistema de Seguridad Social de las Fuerzas Armadas (ISSFA) fue la respuesta a las necesidades de su personal; en el primer caso, la banca nacional veía como no sujetos de crédito a los miembros de las Fuerzas Armadas cuando estos requerían de un préstamo bancario; y en lo segundo, fue la necesidad de dejar de lado  la ineficiencia absoluta del IESS en el manejo de la Caja Militar; de tal manera que, las afirmaciones en el sentido de querer crear una casta privilegiada o querer formar un estado dentro de otro estado, refleja la ignorancia de la realidad de la institución militar. El mismo servicio social que el actual gobierno lo ha desaparecido, fue creado en su momento en el afán de mejorar el poder adquisitivo y crediticio  de los miembros de las Fuerzas Armadas, cuyos salarios eran paupérrimos en comparación con las otras profesiones liberales; y posteriormente, por la necesidad de atender a la familia militar ubicada en los sitios más alejados del país, a donde no llegaban los supermercados y los comisariatos civiles. Toda la actividad empresarial fue permanentemente fiscalizada por el Estado, que lo diga la Contraloría General del Estado, para quitar las dudas a aquellos que todavía las tienen.

Las Fuerzas Armadas y su relación con el Estado

El Art. 158 de la Constitución define a las Fuerzas Armadas y Policía Nacional como instituciones de protección de los derechos, libertades y garantías sobre los ciudadanos. La misión de las Fuerzas Armadas es la defensa de la soberanía y la integridad territorial. La primera parte del artículo se presta a muchas interpretaciones, una de ellas podría ser la de preservar la paz considerada como el mayor bien de la humanidad, empleando a las Fuerzas Armadas para evitar cualquier atentado procedente del exterior; y, a la Policía Nacional, empleándola en contra de las actividades adversas al interior del país. La segunda parte es absolutamente clara y concisa. Se dejó de lado la misión de garantizar el ordenamiento jurídico que constaba en la anterior Constitución; sin embargo, esta puede estar incluida en la protección de las garantías de los ciudadanos.
En su artículo 159 la Constitución establece que las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional serán obedientes y no deliberantes, y cumplirán su misión con estricta sujeción al poder civil y a la Constitución. El subordinado ha de cumplir la orden del superior jerárquico, sin que quepa examen ni análisis de ella[19], es decir, obediencia conforme los requisitos de validez contemplados en sus reglamentos.
No deliberantes; es decir, no puede debatir acerca de los problemas colectivos con miras a uniformar apreciaciones o coordinar actitudes que conduzcan a expresar aplauso o critica a los órganos del poder político, o a hacer prevalecer soluciones propias en cualquier aspecto[20]. Lo anterior no implica, a pesar que no lo dice la Constitución, que la institución militar como tal, a través de sus mandos, y en estricta sujeción a sus reglamentos, puede y debe emitir su opinión en aspectos de vital importancia para el país; caso contrario, cómo asumir el papel que le da la Constitución, de proteger los derechos, libertades y garantías de los ciudadanos. Los Estados Mayores que son los órganos de asesoramiento del mando, siempre han deliberado sobre todos aquellos actos y materias que de algún modo afectan el destino superior de la República, pues ello es inherente a la misión que le asigna la Constitución.
El Art. 160 en uno de sus párrafos manifiesta que los miembros de las Fuerzas Armadas y de la Policía Nacional estarán sujetos a las leyes específicas que regulen sus derechos y obligaciones, y su sistema de ascensos y promociones con base en méritos y con criterio de equidad de género. Lo anterior significa que no podrán ser trasladados a otras instituciones de seguridad pública, peor aún, ascender o mantener su jerarquía en instituciones diferentes a las de su origen.
Para cumplir con su misión fundamental, el concepto clave de la profesión militar no puede ser otro que el de tener un Ejército permanente. La política militar debería orientar su esfuerzo a la conformación de un Ejército pequeño, altamente tecnificado y con reservas bien instruidas, para encargarse de su misión fundamental. Es mentirosa la tesis de que un mayor desarrollo o la actual situación de paz con los vecinos harían innecesaria la fuerza militar. Mientras más altos niveles de desarrollo alcance un país, mayor debe ser la capacidad de respuesta para defenderlo, lo cual significa que es necesaria una política de defensa y una fuerza militar adecuadamente preparada. La amenaza o la posibilidad de serlo existen siempre en la vida de una persona o de un país.
La élite política debe aprender a confiar en la capacidad y neutralidad ideológica de la Institución Militar y debería institucionalizar el consejo militar y aceptar el profesionalismo castrense como compatible con el control civil. Un tema que debe ser analizado en este nivel es la permanencia de los comandantes generales de Fuerza por un periodo mayor, que bien podría ser de cuatro años, durante los cuales no podrán ser removidos por la voluntad de quien los nombra, excepto si lo recomienda un organismo de alto nivel como el Consejo de Seguridad Pública y del Estado, conforme a sus reglamentos internos. Sería posiblemente la única opción para que el comandante designado pueda expresar la opinión institucional, en todas aquellas oportunidades que la ley lo señale, ante el mencionado organismo o en la Asamblea Nacional o en la Corte Constitucional, frente a hechos que atenten a la institución o a la seguridad nacional. Mientras más fuerte y plena es la dependencia de las instituciones armadas respecto del poder político, más alto es el riesgo de que una crisis desemboque en pérdida de estabilidad del sistema institucional.[21]

Seguridad y defensa.

Un tema que ha sido largamente discutido en las esferas políticas y militares es la diferencia entre seguridad y defensa. La primera, amplia, relacionada con el bienestar de la sociedad; la segunda, específica, relacionada con lo militar y el uso de sus medios para preservar la soberanía nacional. Aceptando esta diferencia, la defensa nacional viene a ser un medio para conseguir la seguridad nacional y siendo así, las Fuerzas Armadas son responsables de la defensa. La seguridad debe ser asumida por diversos actores de la sociedad política y civil. Lo anterior no significa que las Fuerzas Armadas no participen en apoyo de la seguridad.
Posterior a la segunda guerra mundial y su extensión hacia la Guerra Fría, los Estados Unidos consolidaron su influencia en los países latinoamericanos, especialmente, en el ámbito militar, en donde la amenaza soviética paso a convertirse en el principal objeto de estudio dentro de la Agenda de Seguridad Nacional, que a poco pasó a ser la Doctrina de Seguridad Nacional. Esta doctrina fue impuesta por los Estados Unidos en la mayoría de los países latinoamericanos a través de organismos como la Junta Interamericana de Defensa, el Colegio Interamericano de Defensa e instrumentos como el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca. Su finalidad era la de combatir la amenaza comunista. Las herramientas más importantes fueron entre otros, los programas de ayuda militar y entrenamiento en las operaciones de contra insurgencia. En el Ecuador, la doctrina comienza a ser elaborada en el gobierno militar de 1963, ante la presencia de los movimientos de izquierda y la internacionalización por parte de los Estados Unidos de lo que se dio en llamar “el enemigo interno”. Se promulga la Ley de Seguridad Nacional y se crea el Consejo de Seguridad Nacional.
 El desmantelamiento del bloque socialista  y de la URSS, crean un vacío en la doctrina y una búsqueda hacia la redefinición de la misión de las Fuerzas Armadas, y aparecen, porque afectaban los intereses de la potencia hegemónica, riesgos que antes eran catalogados como de menor jerarquía, entre otros: el terrorismo, la narco guerrilla, la  migración, el medio ambiente, para finalmente aterrizar en el concepto de “seguridad democrática” definida como una necesidad vital del ser humano, la sociedad y el Estado.
El gobierno de la Revolución Ciudadana entrega el Plan Nacional de Seguridad Integral en el cual establece las políticas sectoriales de seguridad, conforme lo establece la Constitución y la Ley de Seguridad Pública y del Estado publicada en el Registro Oficial Suplemento 35 de 28-sep-2009. La ley tiene como objeto regular la seguridad integral del Estado democrático de derechos y justicia y todos los habitantes del Ecuador, garantizando el orden público, la convivencia, la paz y el buen vivir, en el marco de sus derechos y deberes como personas naturales y jurídicas, comunidades, pueblos, nacionalidades y colectivos, asegurando la defensa nacional, previniendo los riesgos y amenazas de todo orden, a través del Sistema de Seguridad Pública y del Estado.[22]
La integralidad de la seguridad es la condición que tiene por finalidad garantizar y proteger los derechos humanos y las libertades de ecuatorianas y ecuatorianos, la gobernabilidad, la aplicación de la justicia, el ejercicio de la democracia, la solidaridad, la reducción de vulnerabilidades, la prevención, la protección, respuesta y remediación ante riesgos y amenazas. A diferencia de los conceptos tradicionales de seguridad, cuya razón de ser era el Estado, este nuevo enfoque sitúa al ser humano como eje principal y transversal, incorporando a la ciudadanía como actor protagónico de los procesos de seguridad individual y colectiva.[23]
La ley crea el Consejo de Seguridad Pública y del Estado, presidido por el Presidente de la República y del cual forman parte, entre otros, el ministro de Defensa Nacional y el jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas. El Secretario del Consejo es el ministro de Coordinación de Seguridad. Dentro de los órganos ejecutores  del sistema en el campo de la defensa están los ministerios de Defensa y Relaciones Exteriores y las Fuerzas Armadas. El ministro de Defensa es el órgano rector de la defensa de la soberanía del Estado y la integridad territorial, y corresponde a las Fuerzas Armadas su ejecución para el cumplimiento de su misión. En lo que corresponde al orden público, con toda claridad, la ley dispone que el ministerio de Gobierno y la Policía Nacional sean los encargados de la protección interna, el mantenimiento y control del orden público.
Bajo este concepto de seguridad integral, un aspecto que define los nuevos escenarios y el entorno de las organizaciones militares es la incertidumbre y la complejidad. Antiguamente las hipótesis de conflicto más comunes eran entre Estados y la amenaza de invasión con sus fuerzas armadas; hoy en día, los desastres naturales, la tecnología, el medioambiente, la sociedad en general son las nuevas variables que configuran nuevos escenarios y definen de otra manera el ámbito de la seguridad, de la defensa y de las Fuerzas Armadas.
En el ámbito de la defensa respecto de las relaciones internacionales, 1999 fue un año de quiebre de la seguridad nacional entendida en términos de conflictos fronterizos. La amenaza permanente del conflicto con el Perú había llegado a su término luego de la victoria del Cenepa; sin embargo, las tesis esgrimidas por el país durante este largo conflicto, no pudieron ir más allá de la propuesta realizada por el presidente Fujimori en su visita al país entre el 9 y 11 de enero de 1992, basada en el “Pacto de Caballeros” y que se convirtió a la final en el principal instrumento de trabajo de los países garantes en la elaboración y presentación de la “Formula de los Garantes y los Acuerdos” a los gobiernos de Ecuador y Perú, la misma que dio paso  a la firma definitiva de la paz, el 28 de octubre de 1998.[24] Su finalización no significa de manera alguna, que este tipo de conflicto no pueda repetirse en el futuro. La política no tiene memoria y las guerras siguen y seguirán dándose sin importar la firma de acuerdos, convenios, tratados entre vecinos lejanos o cercanos. La historia nos enseña que la gran mayoría de los conflictos o por lo menos una parte importante de ellos tiene orígenes emocionales, no racionales. Y en ese sentido, cuando miramos a América  y el mundo, debemos concluir que todavía siguen siendo inestables.
Desde luego, la paz significó inicialmente, que la política exterior y la de defensa miren hacia la integración regional y acciones humanitarias, con un grave detrimento de la capacidad defensiva del país. Se olvidaron de los soldados, pensando que ya la Patria estaba asegurada. Angostura tuvo la virtud de demostrar que las amenazas a la Seguridad Nacional no fenecen nunca. Posteriormente, ha servido para mejorar las relaciones cívico-militares y disminuir el gasto de la defensa a límites que la razón y la prudencia lo permiten.
Adicionalmente, las Fuerzas Armadas tuvieron que redimensionar tareas que ya venían siendo ejecutadas desde mucho tiempo atrás, tales como el control sobre el porte y tenencia de armas, represión del contrabando en las zonas fronterizas y un apoyo a la lucha contra el narcotráfico; sin embargo, en la actualidad, están siendo empleadas en todas las misiones que son de exclusiva responsabilidad de la Policía Nacional, como bien lo define la Constitución de la República, a pretexto de una seguridad Integral, sin que para ello se haya rebasado la capacidad operativa de la Policía Nacional, que sería la única forma legal de que la Fuerzas Armadas apoyen en dichas misiones. Resulta peligroso el hecho de que al tenerse que emplear diariamente en estas actividades, se deje de lado la instrucción militar destinada al cumplimiento de su misión fundamental de defender la soberanía y la integridad territorial. Los beneficios que una sociedad obtiene de una nueva carretera pueden representarse con relativa facilidad en términos de dinero. No así un nuevo soldado entrenado, una nueva división preparada para un rol específico en caso de conflicto o una nueva estrategia de movilización en caso de guerra. Solo los más entendidos o involucrados podrán decir cuánto cuesta preparar a un hombre para la guerra, y aún ellos no podrían traducir a moneda corriente el valor de este hombre para la sociedad.[25]
La prudencia política civil requiere que se aleje y no se aproxime a las Fuerzas Armadas al manejo de situaciones de enfrentamiento interno, las cuales deben ser manejadas  por medios políticos y policiales más que castrenses.[26]
UNASUR está llenando un vacío en el Sistema de Defensa Latinoamericano que en el siglo pasado parecía imposible que pueda ser implementado. Es de esperar que más allá de los intereses de carácter político, pueda ser un peldaño en el fortalecimiento de las medidas de confianza entre los países de la región, un organismo de transparencia de los presupuestos militares y un apoyo en la presencia de contingentes para misiones de paz. Sería importante abandonar la idea de resolver problemas de terrorismo o narcotráfico a través de vías militares. La experiencia de su participación ha demostrado que al final del camino los soldados pueden ser corrompidos. México es un buen ejemplo.
Por todo lo anterior, debemos concluir que el tema de la defensa es un problema de carácter social que va más allá del esfuerzo que pongan las Fuerzas Armadas y que debe convertirse en un tema que interese a toda la nación. La política de defensa es una política de Estado (al igual que la política de seguridad), con objetivos de carácter nacional, aprobada y respetada por las instituciones básicas de la República y formulada a través de las instancias que establece la Constitución. El tema debe traspasar las aulas de las Escuelas de Perfeccionamiento y de Especialización que tienen las Fuerzas y el Comando Conjunto, y pasar a ser tratadas también por profesionales expertos en el tema. La política de defensa por lo general se ve afectada por los avatares de la política interna, a tal punto que se convierte  “en un proceso tan intricadamente complejo, influido no solo por la necesidad, sino también por la contingencia, la fortuidad, la ignorancia, la estupidez y la casualidad”[27]. La historia juega un papel importante al momento de elaborarla.
La relación Fuerzas Armadas- Estado debe enfocarse de tal manera que tiendan al mejoramiento de las relaciones civiles-militares, y deberían orientar su esfuerzo para encontrar un punto de equilibrio entre la élite política y las Fuerzas Armadas a través de una visión diferente  de la seguridad, de la defensa nacional y de su apoyo al desarrollo.
Las relaciones cívico-militares es un tema que se viene tratando académicamente desde mediados del siglo pasado, liderado por los Estados Unidos y dirigido  con especial interés hacia América Latina, con el objeto de imponer las políticas militares que a su gusto deben manejarse en el tratamiento de temas críticos que incluyen, entre otros, las limitaciones de orden financiero en el mantenimiento de fuerzas militares, el control civil de las Fuerzas Armadas, su participación política, la obediencia y la deliberancia, su autonomía  respecto al Estado, su condición de garantes de la democracia, su transformación en policía militarizada o en institución militar policializada.  Estos temas han sido tratados in extenso en espacios académicos dirigidos desde Universidades, como la American University, en Washington, y la colaboración de sociedades de análisis político como la Pheito desde Montevideo, entre otras.
El establecimiento de estas relaciones debe encuadrarse  en la obligación que tienen todas las instituciones y sus componentes de velar por el bien común o por el buen vivir, aceptando y respetando a los actores sociales en los roles que a cada cual le competen, tanto en lo particular como en lo nacional. Los intentos por imponer esquemas, afectando el grado de autonomía que las personas e instituciones deben conservar, dentro del marco jurídico y ético que corresponda, conducen inevitablemente al enfriamiento de las relaciones y a la perdida de la confianza.
Dentro de lo que significa un adecuado marco de relaciones cívico-militares, las Fuerzas Armadas siempre han tenido el convencimiento de que su papel en la sociedad no es mandar en ella, tampoco dirigir la política nacional, menos aún observar o criticar la labor de un gobierno. El poder político emanado de las urnas es la autoridad legítima del país. La historia así lo confirma.  En la propuesta de reorganización del Ejército que hiciera la Misión Militar chilena, en su proyecto de ley presentada al gobierno de la Revolución liberal en 1902, está claramente establecida esta facultad; del mismo modo, prevé la organización de un elemento técnico y administrativo que mande al Ejército. “El mando supremo del Ejército corresponde de hecho al Presidente de la República, y ninguna ley puede quitar esta facultad constitucional, de manera que todas las resoluciones de carácter militar que revistan importancia emanan de esa autoridad. A fin de evitar las graves consecuencias de que el Ejército sea administrado y mandado directamente, personalmente por los hombres del gobierno, imprimiendo un sello político que lo lleve a abanderizarse con tal o cual partido, se crea el Estado Mayor General, como autoridad técnica, administrativa y profesional, subordinado al Ministerio de Guerra, órgano por el cual el Presidente transmite su voluntad ejecutiva”[28]
La presencia política de las Fuerzas Armadas en el Ecuador, como institución, ha sido la de menor impacto social en América del Sur; de allí que, todos aquellos autores críticos de las Fuerzas Armadas respecto a su posición frente a lo democrático, referencian muy poco en sus obras al Ecuador; más bien, siempre lo han caracterizado por su especial manera de apoyar al desarrollo de su país. La vida política del Ecuador ha sido permanentemente un escenario de intervención de las Fuerzas Armadas, en las que el papel moderador de esta institución ha funcionado como fiel de la balanza entre facciones de las clases y élites dominantes que han disputado el control de Estado. Hasta mediados del siglo XX  su intervención fue producto de las luchas intestinas generadas entre partidos políticos, unas veces como actores directos desde el poder y en otras, como mediadores o árbitros de la política que determinaban de una u otra forma quien o quienes deben ocupar la presidencia de la República. A partir de 1973 los militares participaron en la política nacional bajo un modelo institucional para el cual se prepararon adecuadamente y definieron un proyecto nacional con un considerable grado de cohesión, que culminó con la elección de un presidente civil. A diferencia de otros países que sufrieron el grave problema de la guerrilla y el terrorismo, las Fuerzas Armadas ecuatorianas afianzaron su posición y el respeto de la comunidad a través de la implementación de cambios radicales en la conducción política del país y en el apoyo permanente de la institución al desarrollo nacional.
Cuando los hombres han aprendido a hacer un uso pacífico y provechoso de la libertad y han recibido sus bendiciones, cuando han concebido un amor sobre el orden y se han sometido libremente a la disciplina, esos mismos hombres, si siguen la profesión de las armas, llevaran consigo, inconscientemente, esos mismos hábitos y costumbres….Enséñese a los ciudadanos a ser educados, ordenados, firmes y libres, y los soldados serán disciplinados y obedientes.[29]
Nuestra Constitución define a las Fuerzas Armadas, no como garantes democráticos, casi ajenos a la democracia, sino como actores fundamentales de esta democracia, involucrados en el desarrollo integral de los territorios y la población, brindando apoyo productivo y en casos de emergencia, articulando su praxis bajo la visión civil de la conducción del Estado, respetando los tiempos institucionales de relevo y cambio, como verdaderos defensores de los derechos y guardianes de nuestra soberanía.[30] Siendo esta la visión desde el Estado, ¿la consolidación de la democracia debe significar redefinir la función militar? De ninguna manera, la consolidación de la democracia debe significar la entrega absoluta, responsable, honrada, respetuosa de la élite política a la conquista de los objetivos trazados en la Constitución de la República. Siendo así, no es necesario redefinir nada, porque las Fuerzas Armadas constituyen uno de los pilares más importantes de la nación en su afán de alcanzar el buen vivir de sus ciudadanos. Es por consiguiente, responsabilidad de la élite política, tratar el tema de la seguridad nacional como una política de Estado, por tanto, consensuada con la sociedad civil mediante la participación activa en la toma de decisiones e identificada con las instituciones del Estado en aspiraciones, intereses y objetivos de defensa;  recomendada por la institución militar en base al conocimiento de las capacidades y limitaciones del poder nacional, adecuadamente presupuestada para alcanzar los objetivos importantes que en este tema requiere un país que se precie de moderno y democrático. Lo anterior servirá para curar el trauma  de algunos políticos y de varios escritores  respecto al tema militar y de la militarización, que les quita el sueño y les lleva a hablar de cambio de doctrina y de formación, para crear mentalidades orientadas al acatamiento de la primacía del poder civil y del Estado de derecho, como si esto no hubiese sido, al menos en el Ecuador, una norma en la vida del profesional militar.

EL PROFESIONAL MILITAR

El contenido intelectual de la profesión militar requiere que sus miembros dediquen al menos un tercio de su vida profesional, en su formación, perfeccionamiento y especialización, lo que, probablemente, sea el índice más alto de tiempo dedicado que en cualquier otra profesión.

El proceso de formación.

De acuerdo al diccionario militar, es todo cuanto contribuye a la conversión del ciudadano en soldado y eventual combatiente, se extiende desde zonas difusas como la familia y la escuela, en donde germinan el patriotismo y el entusiasmo por las glorias militares de la nación, hasta el  centro de adiestramiento militar que son el cuartel, el buque y el aeródromo.
La magnitud y complejidad de la guerra napoleónica dio nacimiento a dos elementos esenciales para la formación: escuelas militares y una literatura sobre el arte de la guerra para guiar a los oficiales. De las escuelas saldrían estudios acerca de la teoría y de los principios de la guerra; quizá  el más importante fue el de Karl Von Clausewitz[31] acerca de las guerras napoleónicas, en 1831. Los norteamericanos apenas lo conocieron en 1873. Francia emuló las escuelas prusianas, sin embargo, tenían grandes diferencias: mientras los unos estudiaban estrategia y su relación con la política, los franceses daban máxima importancia a la ingeniería militar. Los unos estudiaban a Clausewitz, en tanto que los franceses estudiaban “El Arte de la Guerra” de  Antoine Henrí de Jomini.[32] Los americanos siguieron el ejemplo de Francia y promovieron conscientemente el profesionalismo, argumentando que la ciencia militar era un tema especializado de conocimiento cuya comprensión solo podría conseguirse mediante un intenso estudio, especialmente de historia militar.[33]
La educación en las escuelas de formación es la primera y fundamental experiencia de un ciudadano que quiere optar por la profesión. Las escuelas forman las normas de conducta de toda la carrera militar. Son la fuente  de formación de la actitud mental respecto del honor militar y del sentido de pertenencia institucional. El ciudadano ingresa en una profesión en la cual una sola autoridad va a regular todas las oportunidades de su carrera, pues la vida militar es una vida institucional. La escuela se esfuerza en crear en el individuo, un pensamiento nacional, debilitando en lo posible el concepto regional. Inculca el honor profesional. Las actitudes comunes que se crean durante la permanencia en la Escuela, producen una honda comunidad espiritual. Nace el sentido de promoción.
En nuestro país, el 6 de diciembre de 1837, Vicente Rocafuerte, Presidente de la República, en consideración a la importancia de un establecimiento, en que se eduquen jóvenes de familias decentes para servir a los cuerpos del Ejército, resuelve que en Quito se abra a principios del año de 1838 una Escuela Militar arreglada para la enseñanza de todo lo que pueda conducir a formar buenos oficiales.[34]
Para ser admitido como cadete de la Escuela Militar, ha de ser el pretendiente hijo de padres honrados y debe saber leer y escribir corrientemente y tener buena disposición personal para las funciones del servicio militar, más, de ningún modo se recibirán a aquellos que en su condición física manifiesten no poder soportar las fatigas de la guerra; su buena conducta es una cualidad indispensable, por lo que no se admitirán, de manera alguna, los que hayan sido despedidos de cualquier colegio o corporación; la edad de los pretendientes debe ser de 12 años cumplidos, hasta 18; los sujetos con quienes concuerden estas circunstancias y quieran obtener plaza de cadete en la Escuela, presentaran un memorial al Supremo Gobierno, en el cual expresarán su nombre y el de sus padres, su edad y Patria[35]
Una vez admitido debía llevar: seis camisas blancas, seis de color, seis calzoncillos, una docena de medias, tres pares de sábanas, una almohada, tres fundas, dos cobijas, un colchón, una cachucha de paño azul con un galón de pulgada de ancho y su funda de hule, y en el lado izquierdo usarán la escarapela nacional; una casaca azul de cuello parado, solapa del mismo paño con vivo colorado, botón fino amarillo, y en la falda de la casaca llevará una estrella de oro; un pantalón del mismo color; y tanto este como la casaca deberán ser de paño fino; una levita corta de cuello parado, botón amarillo, un pantalón, y tanto este como la levita deben ser de paño azul de segunda clase; otro pantalón de dril blanco, un capote de barragán forrado en bayeta; cuatro pares de zapatos, dos pares de botines de paño azul, siendo uno de ellos fino, un par de botas, una espada ceñida; una mochila, dos corbatines negros, un estuche para afeitarse, una jarra y una taza para lavarse; unas tijeras; dos cepillos de dientes, uno de ropa y uno de limpiar botas; un cortaplumas y un baúl; dos servilletas, tres paños de cara, dos cubiertos compuestos de cuchara, tenedor y cuchillo y un vaso para tomar agua; y, además, cada cadete deberá dar cuarenta pesos anuales adelantados.[36]
Estos eran los requerimientos contemplados en el reglamento de ingreso en 1838. A propósito, el baúl fue indispensable hasta 1962. La malla curricular, como la llaman ahora, constaba de: Código de leyes militares, español, táctica de infantería, caballería y artillería, matemáticas, historia, geografía, castellano y francés. En 1842 se crea la cátedra de filosofía y en 1844 la de ingeniería civil. De esta primera Escuela Militar salen ilustres militares, cuya influencia en la vida nacional es perdurable; entre otros: José de Veintimilla, Bernardo Dávalos, Francisco Javier Salazar, Cornelio Vernaza, José Vicente Maldonado, Agustín Guerrero.[37] Fue cerrada el 10 de abril de 1845 por José Félix Valdiviezo, encargado del Poder Ejecutivo, por razones de economía fiscal.
En abril de 1869, en el gobierno de García Moreno y la presencia del general Francisco Salazar en el ministerio de Guerra y Marina, se crea provisionalmente la Escuela Práctica de Cadetes, en la cual se incorporan materias técnicas y sociales, a las que existían en la Escuela Militar. El 16 de octubre de 1888, en la presidencia de Antonio Flores se restablece el Colegio Militar, con alumnos internos y externos. La crisis fiscal no permite su cabal funcionamiento. El colegio no tiene personal de planta, ni autonomía, ni local propio. El Dr. Luis Cordero, durante su administración en 1892, es quien, en forma efectiva lo restablece. Además, dispone la reapertura de la Escuela Naval y la creación de una Escuela de Clases. El Congreso autoriza la contratación de profesores europeos. La “venta de la bandera” resucita al movimiento liberal y catapulta al poder al general Eloy Alfaro, el 5 de junio de 1895. El proceso de formación de oficiales dejó de funcionar; la de Escuela de Clases nunca funcionó.
La Revolución liberal, en el proceso de formación del profesional militar  fue más allá del tiempo necesario para su implementación, e improvisó repetidamente planes y programas de estudio para atender las emergencias que la política propiciaba en su afán de cimentar la ideología revolucionaria. La  altísima rotación de los mandos militares en los niveles de decisión y ejecución contribuyó a la lentitud del proceso.
La contratación de oficiales chilenos por parte del gobierno de Eloy Alfaro da origen a la Misión Militar chilena en el Ecuador[38] y la elaboración y presentación del Proyecto de Ley Orgánica Militar en 1902, “el mismo que abarca todos los ramos en que se fundan la administración y el mando del Ejército; y, llevado a la práctica, revolucionará de un modo absoluto, la institución militar ecuatoriana”.[39]
A pesar de que la Ley Orgánica no había sido aprobada por el Congreso Nacional, el 11 de diciembre de 1899 se reabre el Colegio Militar y un mes después se crea la Escuela de Clases para la instrucción de sargentos y cabos. Los pilares fundamentales para el proceso de formación de oficiales y tropa estaban creados.
Con la expedición de la Ley Orgánica Militar, el 18 de octubre de 1905, y de acuerdo al Art. 53 de dicha ley, para la formación e instrucción del personal de oficiales y clases del Ejército, se crean de forma permanente los institutos militares: Academia de Guerra, Escuela Militar y Escuela de Clases.
La Escuela Militar dice la ley, está destinada  a formar los subtenientes y alféreces del Ejército; y, en tal concepto, los cadetes que, al terminar sus estudios obtengan despachos de oficial, deben estar en aptitud de incorporarse a una de las cuatro armas del Ejército, para lo cual, anexos a la Escuela Militar, funcionaran cursos especiales de las distintas armas, con excepción de la infantería, en donde recibirán su preparación los oficiales recién investidos de ese carácter. En su Reglamento Interno se destaca el enunciado de su misión: “Instruir y educar, a fin de que los alumnos obtengan las bases suficientes  para cursar con provecho los estudios técnicos superiores en la Academia de Guerra”. Entre los requisitos de admisión constan el de tener no menos de trece años de edad y no más de dieciocho. La diferencia entre 13 y 18 años de edad debe haber sido muy compleja de manejar en un internado, como era el Colegio Militar; sin embargo, era una edad muy fértil para cimentar la profesión militar.
En 1935 se le otorga a la Escuela Militar la calidad de Colegio de enseñanza secundaria; es decir, se le permite validar los certificados de estudios y el título de bachiller. Habían pasado nada menos que 33 años para que se acoja la recomendación del proyecto de Ley Orgánica Militar de 1902, de la necesidad de que la Escuela entregue títulos de bachilleres a fin de convalidar los estudios en caso de abandono de la carrera por parte de los alumnos.
En 1944, el presidente José María Velasco Ibarra, mediante decreto ejecutivo dispone que el Colegio se organice  para el bachillerato de ciencias y letras con los cursos cuarto, quinto y sexto, y un curso militar posterior al bachillerato, con un año de duración, terminado el cual se le conferirá el grado de subteniente. El  Presidente de la República, Galo Plaza,  al año siguiente,[40] organiza al colegio en dos instancias: la de preparación con los cursos cuarto, quinto y sexto de enseñanza secundaria para la obtención del título de bachiller en Humanidades Modernas y un Curso Especial, de un año de duración, para el ingreso de bachilleres graduados en otros colegios; y, una Escuela de Reclutamiento para la formación de oficiales, con dos años de duración divididos en dos cursos de un año cada uno. La dependencia técnica, administrativa y disciplinaria pasa a la Comandancia General del Ejército.
El 5 de octubre de 1970, el presidente Velasco Ibarra, mediante decreto ejecutivo,[41] transforma al Colegio Militar en Escuela Superior Militar “Eloy Alfaro”, con tres cursos de nivel universitario y como una ampliación educativa del Colegio Militar. Los cursos militares (tres) se integran con los bachilleres egresados del Colegio Militar. En los cursos militares se dictan, por especialidades, las materias correspondientes a los dos primeros años de las facultades de economía, ciencias de la educación e Ingeniería de las universidades y escuelas politécnicas del país, las mismas que estarán obligadas a reconocer dichos estudios. En lo que corresponde a la especialidad de ingeniería, los oficiales graduados en esa especialidad, acudirán a la Escuela Técnica de Ingenieros del Ejército.
En 1989 se amplía el periodo de formación de los cadetes a cuatro años con las especialidades académicas de Ciencias Básicas, Informática y Administración de Empresas
En 1999, luego de algunos años de análisis y discusión sobre la conveniencia de aceptar mujeres en la Escuela Militar, se toma la decisión por constituir “una necesidad generacional, una aspiración de la juventud y en general, una exigencia de la sociedad”[42] . La primera promoción ingresó en noviembre de 1999. Se contrataron oficiales mujeres del Ejército de Chile para que asesoren a la Escuela Militar en la formación del elemento femenino. En la actualidad, existen oficiales mujeres en las armas y servicios del Ejército, las cuales aportan con su conocimiento y con su especial sensibilidad propia del sexo femenino, en iguales condiciones que los varones.
El proceso de formación en la Escuela Militar es de permanente transformación en búsqueda de la excelencia educativa, dentro de un marco eminentemente técnico y profesional, con especial énfasis en desarrollar en la mente del futuro oficial el liderazgo heroico, el sentido de identidad nacional y un alto concepto del honor militar. La educación universitaria cambió la forma de mirar la profesión militar, cuando al fin se decidió que los oficiales tengan una carrera civil, a más de la especialidad militar, y en ello fue fundamental la existencia de la Universidad Militar. En ciertos estratos de la sociedad ecuatoriana existía la opinión generalizada de que el ingreso a la Institución militar constituye un esfuerzo por evitar las realidades competitivas de la sociedad civil; sin embargo, poco a poco fue desapareciendo dicho concepto y la profesión militar pasó a ser un modo de vida, una forma misional que perpetuara el espíritu marcial de la profesión.
En lo que corresponde a la formación del personal de tropa, la Escuela de Clases contemplada en la Ley Orgánica de 1905, se funda en febrero de 1900, destinada a la instrucción de cabos y sargentos[43], de tal manera que, al presentarse el proyecto de ley en 1902, ya se encontraba en funcionamiento y estaba dirigida por los propios mentores del proyecto de ley. Sin lugar a dudas, la visión era muy clara sobre la organización del otro pilar fundamental de un Ejército, la educación del personal de tropa. “Resulta así, que la instrucción toda del Ejército depende del alcance que haya tenido la preparación individual; y, como de lograr ésta se encuentran encargados los sargentos y cabos, se desprende, por si misma, la importancia de la misión de estos actores durante las labores de la paz”.[44] Se dispone que cada curso escolar dure seis meses y asistan ochenta y cuatro alumnos: veinte y tres de artillería y sesenta y uno de infantería, elegidos por los comandantes de armas. El alumno que hubiere merecido votación de buen aprovechamiento, podrá a juicio del Ejecutivo, ingresar en el Colegio Militar, con el objeto de obtener la instrucción y el grado de oficial del Ejército.
Al analizar la importancia de los clases en la guerra, los autores afirman: “Todo el orden moderno de combate, sintetizado en el vocablo orden disperso, está fundado en la conducción del fuego de Infantería, esto es, en la conducción de las líneas de tiradores, sin que por esto se deje de tener decisiva influencia la acción de las otras armas y particularmente de la artillería. Pues bien, la conducción de las líneas de tiradores será imposible, absolutamente imposible, si no impera permanente y enérgicamente  la acción de los clases sobre la pequeña escuadra o sección que le corresponda mandar.”[45] Otros interesantes conceptos son esgrimidos para resaltar la importancia en la formación de la tropa. “Puede establecerse, sin incurrir en error, que de la energía, oportunidad y obediencia de los comandantes de escuadra depende en grandísima parte el avance acertado, oportuno y resuelto de las líneas de Infantería, en el campo de combate”.[46]
Lamentablemente, y cuesta decirlo, este importante centro de formación de tropa no logró consolidarse, por los graves problemas de mando que tenían las fuerzas de la Revolución liberal que obligaron a disponer la conformación de cursos extraordinarios orientados a graduar subtenientes en la Escuela de Clases; para el efecto, nombraban un director de curso en el grado de sargento mayor o teniente coronel y reclutaban alumnos no mayores de veinte años y que sean solteros. Las urgencias siempre fueron los peores enemigos de los reglamentos en la institución militar.
El hecho de que el personal de tropa pueda ascender a las jerarquías de oficiales era una clara contradicción de lo propuesto en el proyecto de ley: “Solo por excepción señor Ministro deberán ascender a oficiales individuos de tropa o individuos civiles. Los primeros aprenden en los cuarteles muchas costumbres incompatibles con la delicadeza del oficial, aún cuando disimulables en los clases, razón por la cual, en la mayoría de los casos, el ascenso de un sargento primero a oficial no tiene otra consecuencia que la pérdida de un buen clase y la adquisición de un detestable oficial.”[47] Estos mismos errores se van cometiendo en la formación de oficiales hasta mediados del siglo XX, y más adelante se dan otros que tiene que ver con la falta de selección adecuada de los aspirantes a cadetes a pretexto de una democratización del Ejército.[48]
Luego de este curso prácticamente desaparece la Escuela de Clases, al ser reemplazada por el Instituto Inferior de Aplicación, adscrita al Estado Mayor General.[49] Este instituto apenas sobrevive hasta septiembre de 1916, por ser una réplica del último año de la Escuela Militar.[50]
La revolución liberal en el campo de la educación militar fue inconclusa,  algunos de sus logros se consolidaron a mediados del siglo XX; otros fueron dejados de lado sistemáticamente, por razones de orden político, en unos casos, por la falta de una política institucional de largo plazo,  en otros, o por la falta de liderazgo para llevar a la educación de oficiales y tropa a ser considerada como el objetivo más importante de la institución militar.
El 22 de febrero de 1990, el Ejército dispone la creación de la Escuela de Formación de Soldados, con la misión de formar  soldados de arma, servicios y especialistas, la misma que viene funcionando hasta la presente fecha. A más de su formación militar en su respectiva especialidad, el soldado sale como tecnólogo en ciencias militares, avalado por la Universidad Militar. El tiempo de duración de la formación del soldado es de dos años. Este personal, de acuerdo a ley, para su ascenso tiene que aprobar los cursos de perfeccionamiento correspondientes. Había pasado casi un siglo para tomar en serio la formación del personal de tropa.

El proceso de perfeccionamiento

Para la Misión Militar chilena, el perfeccionamiento del oficial que egresa de la Escuela Militar se puede lograr únicamente con la creación de otra institución educativa denominada Academia de Guerra. Así lo considera el proyecto de Ley Orgánica Militar.
 “El ejercicio práctico de la conducción de tropas es el arte de la guerra: el estudio teórico de esa conducción, deducida de la experiencia histórica, de la lógica y de los ramos auxiliares, es la ciencia de la guerra. A la enseñanza de esta ciencia está consagrado el instituto que llamamos Academia de Guerra.[51] Su creación reviste un carácter de urgente para los oficiales chilenos, “si se quiere iniciar de una vez la grande obra de preparar el cuerpo de oficiales para las tareas superiores de la conducción de tropas”.[52] Pone especial énfasis en la enseñanza de la táctica aplicada: “El estudio de la táctica es para el oficial lo que el estudio del dogma para el sacerdote, de los códigos para el abogado, de la anatomía para el médico, de la ciencia del número para el ingeniero”[53]. Destaca con especial importancia la presencia de una cátedra denominada historia militar, a la cual le califica como “fuente única de que se deriva el concepto estratégico, o en otros términos, la sola base sobre la cual se puede edificar el aprendizaje de la conducción estratégica de las tropas”.[54] En cuanto a los “juegos de guerra” que los considera indispensables dice: “se aprende a dirigir sobre la carta militar, grandemente ampliada, no solo las unidades inferiores de tropas, sino  también las superiores dentro y fuera del campo de combate. Acostumbra al oficial a las difíciles tareas de la concepción y ordenación militares”.[55]
Para complementar la formación de los oficiales en la Academia de Guerra, se añaden otras materias; entre ellas: el estudio de la geografía militar como una herramienta que permita conocer  suficientemente el terreno propio y el de los posibles enemigos; la fortificación pasajera, provisoria y permanente para aprender a usar los medios que puedan trasformar el terreno en beneficio de las operaciones; y, la balística para conocer las armas en cuanto tiene relación con sus propiedades y el modo de aprovecharlas y comprobarlas.
En lo relacionado a cultura general, se propone el estudio de derecho público e internacional, la historia universal, las matemáticas en cuanto se relacione con la topografía aplicada a levantamientos de aplicación militar. Finalmente se propone el estudio del francés y el alemán para que los oficiales tengan la posibilidad de leer las obras clásicas militares, a más de que la influencia doctrinaria en la formación militar provenía de estas dos naciones. Se dispone  que a los  cursos de este instituto asistan desde capitanes a tenientes coroneles, con una duración de dos años, divididos en dos cursos.
La Ley Orgánica aprobada en 1905, al hablar de la Academia de Guerra, en su Art. 54 le asigna la misión de  formar oficiales de Estado Mayor y comandantes superiores de tropas; y a ella, pertenecerán los oficiales que el Presidente de la República designare. Pocos meses después, se cierra el instituto y se crea un curso preparatorio de la Academia de Guerra[56] con una duración de 18 meses, que a la postre será el último en realizarse hasta 1912, año en el que se publica un decreto ejecutivo mediante el cual, por segunda vez, se establece la Academia de Guerra del Ejército con su respectivo reglamento orgánico.[57] La duración será de tres años. La Revolución de Concha (1913-1916) motivó el cierre del instituto. En realidad, la Academia de Guerra sufre la indecisión de los mandos militares o la presión política de los gobernantes en cuanto a su funcionamiento, pues apenas reinició sus actividades en 1923, con la llegada de la Misión Militar italiana. La Academia de Guerra prevista por los chilenos como el instituto de mayor jerarquía en la educación militar, y que apenas tuvo unos pocos meses de vida, abre nuevamente sus puertas; para ello, se aprueba el reglamento y plan de estudios propuesto por el jefe de la misión, con el objeto de “cultivar en los oficiales  los conocimientos militares y científicos y aquellas cualidades que desarrollan las disposiciones de inteligencia y carácter necesarios para ejercer el mando de unidades superiores, desempeñar los servicios de Estado Mayor y resolver complejos problemas militares”.[58] Es una visión de formación  diferente a la planteada por los alemanes a través de la misión chilena.
Como corolario de la revolución juliana volvió a cerrarse hasta 1937, año en el cual la misma Misión Militar italiana, entre sus últimas intervenciones en el país, la abre nuevamente. El conflicto con el Perú en 1941 provocó su cierre temporal hasta 1947 en que abrió sus puertas por contados meses con la colaboración de la Misión Militar de los Estados Unidos, hasta que finalmente,  en 1956,  se reabre en forma definitiva este importante instituto de educación militar, con el asesoramiento de oficiales del Ejército de Chile, entre ellos, el teniente coronel Augusto Pinochet Ugarte. La presencia de los chilenos se mantuvo hasta 1961.
La Misión Militar italiana[59] llega al país en la presidencia de José Luis Tamayo y el extraordinario asesoramiento militar de dos oficiales que tomarán el liderazgo del Ejército durante las dos siguientes décadas: el coronel Angel Isaac Chiriboga desde la Subsecretaría de Guerra y el capitán Telmo Paz y Miño desde la parte técnica, en la ingeniería militar. Súmese a ellos la presencia de Alberto Enríquez Gallo, Luis Larrea Alba, Ildelfonso Mendoza, Moisés Oliva, entre otros. En forma inmediata, la misión militar inicia cursos de perfeccionamiento en las diferentes armas del Ejército: primer curso especial de topografía para el levantamiento de la Carta Nacional, creación de la Escuela de Oficiales Ingenieros, cursos intensivos para las armas de artillería e infantería, Curso de hipología, podología y mariscalía para la caballería, reapertura de la Academia de Guerra, creación de la Escuela de Aviación, cursos regulares de radiotelegrafistas. cursos de educación física, creación de las Escuelas de Infantería, de Aplicación de Artillería, de Sanidad Militar, de Administración. Anualmente se implementan los cursos antes mencionados en cada una de las cuatro armas del Ejército, lo que vendría a constituirse a futuro en Escuelas de Perfeccionamiento de cada una de ellas. Para complementar el perfeccionamiento de los oficiales, se elaboran y publican todo un conjunto de reglamentos  de empleo de cada una de las armas y servicios.
A partir del año 2004 se inicia un proceso a través del cual se fusionan la Academia de Guerra y la Escuela de Perfeccionamiento del Ejército con la finalidad de integrar los niveles de perfeccionamiento y posteriormente, los de administración.

El proceso de especialización

El 10 de mayo de 1971 se crea el Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, como órgano de planificación, preparación y conducción estratégica de las operaciones militares. Es el encargado de organizar y mantener el Poder Militar en los procesos que garanticen la seguridad de la nación. En 1974, se dio inicio a lo que se denominó  primer curso de Comando y Estado Mayor Conjunto, como una necesidad de especializar a los oficiales de las Fuerzas Armadas en el conocimiento de la doctrina de planeamiento para la conducción estratégica conjunta de las fuerzas. Un segundo curso se inició en 1976, fecha desde la cual, por un lapso de nueve años, no se volvió a realizar curso alguno, hasta reabrirlo en 1986 con una duración de apenas 12 semanas. Ante la necesidad de consolidar los estudios que se realizaban en estos cursos, el 18 de diciembre de 1986, mediante acuerdo ministerial No 1590, se creó el Instituto de Comando y Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas, con la misión de capacitar y especializar a los oficiales superiores de arma de las Fuerzas Armadas en el empleo conjunto del Poder Militar, a fin de contribuir a su organización, preparación, desarrollo y planificación de empleo, que garanticen la defensa militar de la nación. El 2 de diciembre de 1993 cambia su denominación por el de Instituto Nacional de Guerra, bajo la dependencia directa del Comando Conjunto, con el propósito de transformarlo en un centro educativo de alto nivel para el perfeccionamiento de oficiales generales y superiores de las Fuerzas Armadas en la conducción del nivel político estratégico y estratégico militar, en el marco de las operaciones conjuntas y combinadas.
A partir de la creación de la Dirección de Educación del Comando Conjunto, se dispone que las Escuelas Conjuntas de Telecomunicaciones pasen a depender de la Dirección de Telecomunicaciones de este organismo; la Escuela Conjunta de Inteligencia Militar y Escuela de Policía Militar a la Fuerza Terrestre, la Artillería Conjunta a la Fuerza Aérea, quedando bajo la Dirección de Educación, el Instituto Nacional de Defensa y la Unidad Escuela Misiones de Paz “Ecuador”.[60]
El 16 de febrero del 2012 se inaugura en la Universidad de las Fuerzas Armadas “ESPE”, el Centro de Estudios Estratégicos, integrado por profesionales civiles y militares con capacitación de cuarto nivel, a fin de elaborar una metodología de análisis institucional en la temática de seguridad y defensa. Desde esta misma dirección se difundió a las Fuerzas el “Modelo Educativo”, con importantes cambios  en los niveles macro (educativo), meso (pedagógico) y micro (didáctico) para los documentos de planificación y evaluación.
La creación del sistema de docencia militar en el Ejército, como parte de la planificación estratégica institucional,  llena un vacío fundamental en la formación del profesorado militar. El personal se capacita en pedagogía básica y media con el objetivo de fortalecer el proceso de enseñanza en todos los niveles. La creación del Centro de Tecnología Ejecutiva ha facilitado la formación  de oficiales y voluntarios en docencia.
El Instituto de Altos Estudios Nacionales es creado en el gobierno militar del general Rodríguez Lara, en el año de 1972, con el fin de preparar los cuadros dirigentes superiores, en base a un conocimiento completo de la realidad nacional, en todos sus campos. Fue concebido como una entidad académica de post grado, que no sustituía ni interfería a ninguna universidad o instituto educativo superior militar o civil; al contrario, los valoriza, porque en ambos casos, son profesionales civiles y militares que luego de una carrera destacada de especialidad y de servicio a la comunidad, son seleccionados para mejorar su nivel de conocimientos sobre el país y el mundo. Nació bajo la dependencia del Consejo de Seguridad Nacional. A esa época, era el único establecimiento educativo de alto nivel, que proporcionaba una orientación básica sobre métodos de planificación, análisis sistemáticos de problemas nacionales, evaluación del Poder Nacional. La falta de visión política en los organismos del Estado, en cuanto a la formación de sus funcionarios de alto nivel, determino que paulatinamente los candidatos a alumnos, que eran presentados por las instancias civiles, no sean precisamente aquellos que luego de culminar sus estudios vayan a dirigir y a tomar decisiones trascendentes para el país. Lo anterior, de alguna manera, restó prestigio al instituto. En la actualidad es manejado por el gobierno nacional, con lineamientos similares a los de su fundación. Su rectoría está en manos de profesionales  extranjeros.

A manera de conclusión

La política de desmantelar las instituciones militares está en marcha desde hace años. En los ochenta la impulsó el Proyecto Democracia, de Henry Kissinger y Oliver North, que se vale de un falso interés por la democracia y los derechos humanos, como arma para atacar a las instituciones nacionalistas de Iberoamérica, especialmente las Fuerzas Armadas.[61] En los noventa nace el proyecto titulado “Manual Bush”, obra editada en español bajo el título de “El futuro de las relaciones cívico-militares en América Latina”. La sede para su discusión y publicación fue la American University en Washington y Pheito en Montevideo.
Los conflictos de orden territorial, ideológicos o religiosos existirán siempre, pues estos como la paz son constitutivos de la condición humana. Las Fuerzas Armadas son una realidad, no por la existencia de los conflictos en el mundo, sino por la existencia de los Estados. La disolución o reducción de las Fuerzas Armadas no es una solución a los problemas de orden político respecto del mantenimiento de la democracia; al contrario, la participación activa de la institución armada en la solución de los problemas nacionales será el vínculo que consolide el orden constituido.
Los temas de la defensa nacional no son de responsabilidad exclusiva  de la institución militar, son de la sociedad en su conjunto, por ser un bien público. Deben sustentarse en una relación civil-militar transparente y solidaria, capaz de generar valores éticos y cívicos compartidos. Deben integrar a la sociedad ecuatoriana de tal manera que, juntos puedan preservar el ordenamiento jurídico, la soberanía, la paz, el bienestar ciudadano, el buen vivir.
Si consideramos que los verdaderos problemas de la región, en términos de seguridad y de democracia son la pobreza y la desigualdad, debemos estar convencidos de que el uso de los medios militares no es precisamente una buena solución.
Hay que redefinir el papel de las FF.AA., pero no en la manera de plantearlo como un objetivo para someter al poder militar bajo el control civil y nada más, el tema debe ser que rol debe asignar la sociedad civil a las Fuerzas Armadas en cuanto a la búsqueda de gobernabilidad. La decisión debe emanar de un consenso entre la sociedad civil y la política, con participación plena de los uniformados.
Que es necesario redefinir la misión de las Fuerzas Armadas, por supuesto que sí, considerando que los países son cada vez menos autónomos, que el concepto de soberanía debe ser revisado, puesto que su definición tradicional ya no es pertinente en una sociedad absolutamente inter relacionada a través de la información inmediata de los acontecimientos a través del internet y de los teléfonos celulares. En un Estado en donde los límites aparecen como secundarios, el concepto de estrategia debe ser revisado dentro del campo de la informática. Será necesario estudiar y analizar lo concerniente a los términos de la ciber guerra, la ciber información, olvidarnos de las ideologías frente a lo pragmático del mundo actual. En estos cambios están involucradas de hecho las Fuerzas Armadas, y quizá de una manera mucho más importante de lo que actualmente se supone que pueda cambiar. Las Fuerzas Armadas deben ser una organización que ayude a las autoridades a reflexionar con profundidad sobre cuál es el Estado que queremos bajo estas nuevas circunstancias; para ello, se requiere de una organización diferente que le permita a las Fuerzas Armadas opinar en los más altos círculos del poder, sin tener que exponer la permanencia de sus mandos. La figura de convidados de piedra o de garantes represivos no le queda bien a la institución militar y tampoco le beneficia al país.
Las Fuerzas Armadas no pueden estar al margen en la solución de los grandes problemas nacionales, tanto en la defensa como en la seguridad, por ello llama la atención el deseo de marginarlas de estos proyectos e incluso de aquellos que tiene que ver con su propia organización. Es lamentable que se busque apartarle de una construcción democrática en el proyecto nacional de una “revolución ciudadana” que busca hacer realidad los conceptos del buen vivir, de la sustentabilidad ambiental, de la justicia social.
Las Fuerzas Armadas ecuatorianas a lo largo de su historia, que es la historia de la Patria, han sido una institución que se ha dedicado por entero a la formación y perfeccionamiento de su miembros, con las particularidades que cada época han determinado, en su afán de salvaguardad la integridad y la soberanía de la nación; y, cuando han tenido que intervenir en los avatares de la política nacional, lo ha hecho en términos institucionales, buscando siempre mejorar las funciones del Estado, en beneficio de los ciudadanos y de la comunidad, respetando los derechos humanos de todos y cada uno de ellos. Al ser consultada la opinión de los ecuatorianos sobre sus Fuerzas Armadas, la respuesta ha sido absolutamente contundente al haberla calificado como la institución más confiable del país. Llama la atención que situaciones  absolutamente coyunturales sirvan de pretexto para acusarlas de haber cometido crímenes de “lesa humanidad”.

Artículo publicado en el Boletín No 7 de la Academia de Historia Militar del Ecuador. Noviembre 2014




[1] Wikipedia
[2] Espinosa, María Fernanda. Entrevista con la prensa. 21 marzo 2013
[3] Marinovic, M. El soldado profesional versus el soldado ocupacional.
[4] Huntington, Samuel.
[5] Janowitz, Morriz. El soldado profesional
[6] Ridgway, Matthew. My Batttles in war and Peace.
[7] Janowitz, Morriz. 1971
[8] Niblack, capitán. The letters of a retired Rear Admiral to his son in the Navy. El Soldado profesional. En el original dice profesión naval; me he permitido cambiar a militar por el tema del artículo
[9] La Misión Militar llega al país entre enero y mayo de 1922, conformada por 18 oficiales al mando del general Alejandro Pirzio Biroli. Para mayor información, referirse a “La Misión Militar Italiana”, Boletín No 4 de la Academia de Historia Militar. 2012. General Patricio Lloret Orellana
[10] Decreto Ejecutivo de 16 de junio de 1922
[11] Acuerdo ministerial de 28 de febrero de 1950
[12] Decreto Ejecutivo de 8 de diciembre 1977
[13] 26 de noviembre de 2013
[14] Para mayor información referirse a “100 años de la Ingeniería Militar en el Ecuador”. General Patricio Lloret Orellana. 2005
[15] Diario El Comercio de 22 de julio de 1926. Los caminos y el Ejército.
[16] Gándara Enríquez, Marcos. El Ecuador del año 1941 y el Protocolo de Río
[17] Decreto Supremo de 7 de diciembre de 1977
[18] Su transformación se da el 21 de julio de 2000, con Resolución 3701 de la Superintendencia de Compañías de fecha 22 de diciembre de 2000.
[19] Molina Johnson. La Constitución Política, la obediencia y la no deliberancia militar. Memorial del Ejército de Chile. 1990
[20] Silva Bascuñan, Alejandro. Reglamento de disciplina de las Fuerzas Armadas.
[21] Benavente, Andrés. FF.AA. Poder político, una relación en función de la estabilidad institucional. 1992
[22] Ley de Seguridad Pública y del Estado
[23] Plan Nacional de Seguridad Integral.
[24] El tema es tratado por el Gral. Patricio Lloret en su artículo “El Pacto de Caballeros” publicado en el libro “La Victoria del Cenepa”. IGM. 2011
[25] Magendzo, Igal. La Constitución y las Fuerzas Armadas.- Corporación Tiempo 2000. Santiago de Chile.1995
[26] El desarrollo institucional de las FF.AA. ecuatorianas. Fernando Bustamante. 1988

[27] Schlessinger, Arthur, ex Subsecretario de Defensa de los EE.UU.
[28] Proyecto de Ley Orgánica Militar. Cap. VII. Administración y mano del Ejército.
[29] Tocqueville. 1840
[30] Rafael Correa Delgado. Presidente de la República. Discurso de orden en el cambio de Jefe del Comando Conjunto. Revista de las Fuerzas Armadas 148, junio de 2012.
[31] Karl Philipp Gottlieb von Clausewitz (Burg, ducado de Magdeburgo, 1 de julio de 1780 - Breslau, Silesia, 16 de noviembre de1831) fue un militar prusiano, uno de los más influyentes historiadores y teóricos de la ciencia militar moderna. Es conocido principalmente por su tratado De la guerra, en el que aborda a lo largo de ocho volúmenes un análisis sobre los conflictos armados, desde su planteamiento y motivaciones hasta su ejecución, abarcando comentarios sobre táctica, estrategia e incluso filosofía. Sus obras influyeron de forma decisiva en el desarrollo de la ciencia militar occidental, y se enseñan hoy día tanto en la mayoría de las academias militares del mundo como en cursos avanzados de gestión empresarial y marketing.
[32] Antoine-Henri Jomini (6 de marzo de 1779 - 22 de marzo de 1869) fue un general nacido en Payerne, en el cantón de Vaud (Suiza), donde su padre era síndico. Sirvió en el ejército francés, así como en el ejército imperial ruso. Alcanzó la fama como escritor y tratadista de estrategia militar, analizando el arte de la guerra de la etapa napoleónica y elaborando numerosos postulados teóricos.
[33] Sobre este proceso consultar Allan Millet y Peter Maslowski. Historia Militar de los Estados Unidos. Editorial San Martín. Madrid. 1984
[34] Primer Registro Auténtico Nacional. 1837.
[35] Cordero Romero, Remigio. El ejército en cien años de vida republicana. Centro de Estudios Históricos del Ejército. Volumen 1. 1991
[36] Ibídem
[37] Andrade, Hernán. Tapia, Amílcar  Documentos para la historia de la Escuela Militar. Biblioteca del Ejército ecuatoriano. Volumen 2. Año 1991
[38] Sobre este proceso  consultar “La Educación del Ejército en la Revolución liberal”. Gral. Patricio Lloret O. Boletín No 3 de la Academia de Historia Militar. Quito.
[39] Proyecto de Ley Orgánica Militar. 1902
[40] Decreto 23 de 9 de enero de 1952
[41] R.O. 78 de 13 de octubre de 1970
[42] Andrade, David y otros. Historia de la Escuela Superior Militar “Eloy Alfaro”.- 2012
[43] R.O. 1047 de 5 febrero 1900
[44] Proyecto de Ley Orgánica Militar. 1902
[45] Ibídem. Pág. 48
[46] Ibídem. Pág.49
[47]Proyecto de  Ley Orgánica Militar. Pag 81.
[48] Gral. Patricio Lloret O. La Educación del Ejército en la Revolución liberal. Boletín No 3 de la Academia de Historia Militar.
[49] R.O.636 de 20 de octubre de 1914
[50] R.O. 6 de 7 de septiembre de 1916
[51] Proyecto de ley orgánica. 1902
[52] Ibídem
[53] Ibídem.
[54] Ibídem.
[55] Ibídem. Pag. 42
[56] 10 de enero de 1906
[57] R.O. 20 de abril de 1912
[58] R.O. 668 de 22 diciembre 1922
[59] Sobre este tema consúltese “La Misión Militar italiana” Gral. Patricio Lloret O. Boletín No 4 de la Academia de Historia Militar. Año 2012
[60] Grab. Edison Narváez. El Sistema Educativo de las Fuerzas Armadas. Revista Fuerzas Armadas del Ecuador. Junio 2012
[61] Small, Gretchen y Dennis. Cita tomada del libro Redefinición de la Misión de las Fuerzas Armadas, del general Oswaldo Jarrín.